
Hace ya tiempo me enviaron un correo electrónico que decía así:
"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa en los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del frijol, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas.
El analfabeto político es tan tonto que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales".
Bertolt Brecht (Dramaturgo y poeta alemán).
En realidad no puedo verificar si Brecht es el autor de estas palabras sin embargo, si lo es, me parece realmente asombroso el que hubiera hecho estas declaraciones en un tiempo en el que la libertad de expresión era peligrosa. El tan sólo imaginar que el fascismo de Alemania incendiara todas sus obras y lo obligara a buscar refugio fuera de su patria es humillante, o que sus amigos y familiares vivieran con miedo latente debido a que no sólo su libertad sino sus vidas corrieran peligro por el simple hecho de fraternizar con un poeta que expresaba abiertamente su inconformidad con el partido Nacionalsocialista (Nazi) resulta horrorizante. A pesar de esto, ahí estaba él, sin retroceder ni ceder ante la presión política que anunciaba el venir de una guerra atroz que todos conocemos. Sin armas a base de pólvora, Brecht logró consagrarse como un héroe más en el bando victorioso y no me refiero a los países aliados sino a una de las cosas más valiosas que tiene el ser humano, la libertad.