miércoles, 28 de abril de 2010

Un viajesote sin hongos.


Esto del blog se vuelve muy adictivo. Llevo varios días queriendo escribir pero hay "algo" en mi mente que no me deja concentrarme y no concreto nada. No quiero escribir por escribir y que esto se comience a volver tedioso para los poquitos o muchos que me lleguen a leer, así que al menos quiero compartirles una experiencia que tuve antier.

Un amigo me recomendó un video en youtube. Pensé por un momento que se trataría de las típicas bromitas que te piden estar concentrado y con toda tu atención en un punto o en algún detalle y que al final sale la guapísima cara de la niña guacareada del exorcista. Yo sí me asusto con esa chulada de niña, por eso, pensaba no ver dicho video pero ya saben que "la curiosidad mató al gato" o "el que no arriesga, no gana". Realmente he supuesto que a mi retorcida mente le gusta sentir miedo de vez en cuando y fue por ello que con actitud masoquista me puse a ver el video psicodélico.

Presté toda mi atención e incluso enfoqué como si viera un estereograma para trasladarme a la imagen, o algo por el estilo, sin embargo, no logré ver nada raro aunque sí interesante. Terminé de ver el video y nunca apareció la chamaca. Algo desilusionado me paré de mi silla para ir por un vaso de agua y... ¡¡¡Oh sorpresa!!!...

Vean el video de preferencia con la máxima resolución, agrandado, de corrido, sin parpadear y cerca de la pantalla: http://www.youtube.com/watch?v=NDdS37atqmM&feature=related

Mención especial para Luis E. M. por rolarme el video. Gracias Man, sí rifa.

martes, 20 de abril de 2010

El monas que llevamos dentro.


Suele decirse que cada persona tiene un olor (algunos tienen un hedor) característico. Muchos lo llaman esencia, otros le dicen humor e incluso lo interpretan como el aura personal. No sé en qué consista pero todos olemos a algo en particular, unos bien y otros... no tanto. Lamentablemente, el oler bien no es siempre una ventaja, de hecho, puede volverse todo lo contrario al agudizar nuestro sentido del olfato y percibir de un modo peor esos apestosos olores que emanan de ciertas personas. Hace unos días estaba recién bañadito y perfumadito cuando tuve que convivir con dos personas que si bien, no me cayeron mal ni nada por el estilo, sí percibí un tufazo a sudor (quiero pensar) que escapaba de sus cuerpos como fieras voraces que se arremeten en contra de la persona más cercana que pueda olerlas. Así como este ejemplo, también está el de las personas que huelen a perro, a comida, o a cigarro -una de las 245689035 razones para que no me agrade el cigarro- por mencionar algunos.

Pero la cosa no se queda ahí, puesto que la palabra "oler" tiene dos posibles interpretaciones: la gente huele y la gente huele... qué ambiguo ¿no?. O mejor: Cuando emitimos olores y cuando tenemos la capacidad de percibir olores. ¿Mejor? Así como todos tenemos un olor personal que es casi tan particular, privado e íntimo como una fantasía sexual, también somos afines a un olor peculiar, sin tomar en cuenta los perfumes, flores, golosinas, o demás olores agradables.

Nadie se queda atrás, todos conocemos al menos a una persona a la que le atraiga un olor raro, que ante las demás personas puede hacerla quedar mal pero muy en su interior sabe que no lo puede evitar y aunque no sea adicta a ese aroma, sí le causa un placer en lo recóndito de su ser. Por cierto, conozco a una chica que presume de ser muy femenina, dulce, hermosa y sexy, entre otras cosas, y de hecho lo es pero ese no es el punto, sino que no importa la ternura o la belleza que tenga porque a su olfato le vale gorro. Cada vez que ella se encuentra en una gasolinera, una sonrisa involuntaria aparece, siempre precedida de una inhalación de al menos 5 mississippis. No quiere decir que sea adicta a los solventes pero sí tiene una fascinación misteriosa por el olor de las gasolineras.

Y he oído, simplemente oído, de amigos del primo del compañero de la tía del dentista del vecino del profesor, que también hay gente a la que les "llama la atención" el olor a resistol, UHU, thinner, goma FACTIS, coladera, rosticería, acetona, hule con el que forran los cuadernos (del que se ve moradito), tortillería, llanta quemada, cerillo, pelos quemados, añadidos: pintura, el de la pólvora el 15 de septiembre, las páginas de los libros viejos, el pegamento de las calcomanías, la madera de los lápices, las fotocopias recién sacadas, la sábila quemada, el sexo, el jabón para trastes, los detergentes, plásticos, ésteres, fabuloso, tierra mojada, libro nuevo, tortilla quemada, coche nuevo, marcador para pintarrón, los blockbusters, los Banortes, los kinders.

Lo admito, el del hule y el del cerillo son míos y otro perdido por ahí jejeje. ¿Cuál es el tuyo, o el del "amigo de la hermana del novio del doctor al que acudes"? Si me dicen, los agrego. Me despido diciendo en lugar de "ahí nos vemos"..."ahí nos olemos".

domingo, 11 de abril de 2010

¿Delantero o portero?


Un centenar me ha dicho que la palabra "analogía" es una de mis palabras favoritas y tal vez sea cierto, es por esto, que he querido presentar un dilema que me vino a la mente durante un largo día de aburrición. Lo pensé de diversas maneras pero creo que la analogía más práctica de explicar es la que se me ocurrió tras la jornada futbolera de un fin de semana.

No veamos un partido de futbol como un juego entre dos equipos de 11 jugadores. Imaginemos el rol individual de estas dos posiciones, delantero y portero. Un portero desempeña una posición en la que se debe tener una concentración extrema y unos nervios de acero para manejar la presión a la que se enfrenta cuando otros 10 sujetos se dirigen hacia él con intención de vencerlo, aniquilarlo. Un error, por más sencillo que sea, que llegue a cometer el guardameta puede significar perder el partido sin embargo, no importa cuán acertada sea su actuación, puede incluso ser perfecta, no tener ni una sola equivocación y aún así, nunca ganar el encuentro. Un delantero, por otra parte, enfrenta a la línea defensiva con el firme objetivo de derrotar y conquistar la portería rival. El delantero sabe que hay 10 compañeros detrás de él, que lo buscarán para que él aseste el golpe definitivo que les permita ganar el encuentro. Puede cometer una infinidad de desaciertos pero eso no necesariamente lo llevará a perder. A pesar de lo anterior, a menos que él acierte, jamás vencerá.

¿Ser quien siempre haga las cosas bien mas no dependa de él ganar mientras que un sólo error lo lleve a la derrota o ser aquél que pueda no cargar con la responsabilidad de la derrota pero que esté en sus manos el salir o no victorioso? He ahí el dilema. Uno tiene en sus manos, o mejor dicho, en sus pies, el perder o no perder; mientras que el otro, el ganar o no ganar. Unas veces soy portero, algunas otras, delantero. Todos lo hemos sido. Lo mejor es poder ser ambas ¿o ninguna?...ya ni sé. Hoy yo prefiero ser delantero porque llevaba meses siendo portero.

jueves, 8 de abril de 2010

Inconsciencia peligrosa.

Y hasta el día de hoy, 8 de abril de 2010 he soñado cada noche contigo desde aquel sábado. Mi mente busca apartarte de mis pensamientos pero mi cuerpo actúa por sí solo. Hoy cayó un torrencial aguacero, granizó. Iba manejando precavido casi a 20 km/h debido a la poca visibilidad. Estaba nervioso por el tráfico y me dirigía al trabajo de mi papá para pasar por él. Él trabaja por tu casa, alguna vez creo que te lo comenté. Se supone que iba directo a su trabajo pero de repente desconocí la ruta, me fijé bien y me di cuenta que estaba al lado de unos "toritos". Fue como si hubiera quedado inconsciente unos minutos y mi cuerpo en automático condujera en esa ruta tan conocida para él en dirección hacia tu casa. Me di cuenta a tiempo, viré y pasé por mi papá.

lunes, 5 de abril de 2010

¡4000 fotocopias a 10 pesos!


No sé si se deba a que lo que estudio maneja matemáticas o si sólo es por llevar la contraria a la mayoría pero siempre me ha disgustado mucho el prejuicio que se tiene en contra de las matemáticas. Es simplemente injusto. Creo que es una cuestión que se trasmite de generación en generación. He tratado de esclarecer las razones por las cuales la mayoría de las personas aborrece esta ciencia pura y fácilmente he encontrado que la respuesta más común es "porque no les entiendo". Incluso he escuchado en repetidas ocasiones el "porque odiaba a mi profesor de matemáticas" pero lo que me hace hervir la sangre es el escuchar "porque no sirven para nada". Escuchar eso es para mí como una patada en los aguacates. ¿Cuántas veces en la clase de matemáticas se oye la típica pregunta para el maestro "¿y eso para qué sirve?"? No tengo nada en contra de esta clásica pregunta, de hecho, a menudo soy yo el que la hace mas no con mentalidad mediocre, tengo que excusarme, sino con una actitud más práctica. Sumado a esto, la respuesta muchas veces resulta aún más deprimente cuando escuchamos al profesor decir "para pasar el curso".

El malestar por las matemáticas es casi una epidemia, una fobia. Es un trauma que comienza en la infancia con las famosísimas fracciones o quebrados. Aquél que no entendió la lección de las fracciones puede considerarse condenado a odiarlas el resto de su vida. Creo que un claro ejemplo es la señora que escuché hace ya tiempo en el mercado. Yo estaba por ahí parado muy cerca de la cremería cuando una señora pidió "un cuarto de medio", es decir, un cuarto de un medio de kilogramo, a lo que yo dije en voz alta con un tono burlón lo suficientemente disimulado como para que nadie se percatara "o mejor medio cuarto". La señora gentilmente respondió que un cuarto de medio estaba bien. No me siento orgulloso por haberme burlado (aunque ella no se diera cuenta) pero me quedé pensando en la cantidad de personas que podrían pedir un octavo de queso, dos dieciseisavos u ocho sesenta y cuatroavos sabiendo que son equivalentes. Sí, ya sé, ya empecé a mamertear pero no era mi intención.

Para quien no lo sepa, Querétaro no es una de las ciudades más baratas en México pero hace unas semanas fue muy divertida mi sorpresa al encontrarme con un negocio de fotocopiado que se encuentra saliendo de la universidad autónoma del estado, el cual tenía anunciado "Copias a 0.25 ç" -no es error, decía ç en lugar de ¢- dejando a un lado la cedilla, fue muy tentador preguntarle al encargado del negocio si me podía sacar cuatro copias por un centavo o cuatrocientas por un peso pero no lo hice. El señor era demasiado amable como para jugar con su mente, vil y ruinmente. Este hombre lo desconoce pero debería estar agradecido por vivir en México ya que de vivir en Estados Unidos los clientes exigirían que se hiciera efectivo el anuncio de su local pidiendo aproximadamente 5000 copias por tan sólo un dólar. Y todo esto por culpa de las fracciones que tanto sufrimiento le han causado a la humanidad, siendo intimidantes y complicadas por naturaleza... ¿o será que tan sólo son el chivo expiatorio de nuestra estupidez?



viernes, 2 de abril de 2010

El día en que descubrí que mi salón estaba inclinado.


¿Quién no se alegra cuando recuerda la simpleza de la escuela durante la niñez? Al menos yo, sonrío al pensar en la primaria y todas las chocoaventuras que ocurrían a diario. Pensar en la escuela no era una cuestión de estrés como lo es ahora al pensar en exámenes, tareas o profesores raros. En ese tiempo uno no se preocupaba por estudiar para pasar el semestre, por los trámites para solicitar becas, por el asqueroso servicio social o por la "$%&! tesis. Uno tenía más interés en saber si Penélope le había dado un kiko a Roberto o no, en platicar de Dragon Ball o en esperar que nos dejaran salir más temprano al recreo.

Existían tantas cosas, tan simples, que alegraban tú día entero como encontrarte cinco pesos en el patio de la escuela, que te ganaras un tazo que no tenías, que te saliera un holograma para tu colección de estampas, que no te atraparan en el juego de "lastrais" (las traes, la roña, atrapados), comprarte una congelada a la salida, o que te saliera en la tapa de tu Frutsi "Frutsi gratis". ¡Oh sí! ¡frutsi gratis! Creo que nunca gané uno. No solían darme dinero para comprar en la escuela, yo era el niño con su lonchera llena con un sándwich, una leche con chocolate y un yakult pero para mí, aquél que llegaba a ganarse un frutsi era como si hubiese ganado la minilotería. Un buen día, un compañero llamado Irvin compró 5 frutsis, rojos y morados, de los cuales tres, sí, tres, tenían tapas ganadoras. Tras habérselos tomado, Irvin fue a hacer válido su premio, tres dulces y frescos frutsis abrió y nuevamente uno resultó ganador. Todos explotamos en euforia sintiendo que nosotros habíamos sido los ganadores de esos frutsis y que sentiríamos ese sabor rasposo en la garganta después de muchos frutsis morados sin embargo, el clímax ocurrió cuando el último frutsi ganado resultó ser el penúltimo. Era una locura, la popularidad de Irvin pasó en treinta minutos de recreo de un niño común y corriente a "el niño que ganó cinco frutsis gratis". Diez frutsis en total bebió este niño de aproximadamente 30 o 35 kg.

Después de esta hazaña, nada que nos quisiera mostrar la maestra era interesante y ni siquiera llamaba mi atención. Sentado en la penúltima fila del salón, me encontraba yo desconcentrado. Seguía distrayéndome lo ocurrido una hora antes en el patio de la pequeña primaria a la que asistía. De pronto, con la mirada hacia el suelo del salón, percibí que entre los azulejos escurría un líquido que poco a poco se convirtió en un riachuelo. Más que extrañarme, despertó una muy obvia curiosidad en mí y poco a poco fui alzando la mirada para ver qué era el causante de este escurrimiento y de dónde provenía. Nadie se había percatado aún de este incidente. Era un misterio que sólo yo estaba encomendado a resolver, o por lo menos me distraía de la aburrida clase. Más grande fue mi sorpresa al ver que el riachuelo atravesaba todo el salón, originándose en la primera fila, muy cerca de la ventana, casi al lado de la mochila de Irvin, incluso mojaba su silla, mejor dicho, escurría desde su silla... nacía entre su entrepierna. En el instante en que me di cuenta, se escuchó una voz que gritó "¡A Irvin ya le ganó!". Pobre Irvin. No imagino la vergüenza de haber pasado de ser el niño más glorioso del día, de la semana o de todo el ciclo escolar, al más humillado. Es asombroso como una falla como esta puede opacar el triunfo tan emocionante que había logrado. Y lo más interesante es que hasta hoy recuerdo muy bien ese día no porque un compañero se haya bebido diez frutsis de los cuales se había ganado cinco, ni porque hubiera permanecido en silencio en su silla mientras su vejiga se extasiaba de placer liberando la presión que ejercían los frutsis sobre ella sino porque aquel día me di cuenta que el piso de mi salón no era horizontal. Mi salón estaba inclinado.